Por más que el último ecuatoriano en visitar la Bombonera haya convertido tres goles, la diferencia y el rendimiento en Quito, donde LDU llevaba nueve triunfos en fila por competiciones internacionales, permiten imaginar a Boca nuevamente en semifinales. Sería la décima vez que el club llega a esa instancia de la Libertadores en sus 15 intervenciones desde el 2000.
Algunos relativizarán este protagonismo. Otros plantearán que de nada sirve la estadística si no se conquista la séptima, esa obsesión que nubla el entendimiento. Y los más extremistas gritarán que Boca no solo debe salir campeón sino previamente eliminar a River.
También, por supuesto, habrá hinchas felices con esta versión de equipo peleador, concentrado, inteligente, efectivo. Algún mérito se le deberá reconocer al técnico. Armó un Boca distinto, en el que apenas repiten arquero y un central -en otra posición- respecto de los titulares del 2018.
El partido más importante es el próximo con Banfield. Vendrá la vuelta ante Liga y recién después tocará el clásico en Núñez, una piedra más en el camino.
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