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Severino Varela -el Gallego de la boina, humilde repartidor de carne que cabeceaba como un toro- era la figura del Peñarol campeón 34, 35 y 36. Para romper esa hegemonía, Nacional necesitaba un goleador y su presidente, Atilio Narancio, cruzó a La Boca para buscarlo. La relación entre las dirigencias xeneize y tricolor es centenaria. Narancio conocía de las proezas de Delfín Benítez Cáceres, Francisco Varallo y Roberto Cherro. No se los iban a dar, por más amistad que hubiera. Apuntó entonces a uno de los suplentes del primer Big Three criollo: Francisco Provvidente, doble v, centreforward grandote con alto promedio anotador y primer reemplazo de Panchito. Su colega Camilo Cichero se lo negó. A cambio, para que no se volviera con las manos vacías, le ofreció una lista de delanteros. “Me llevo a este Atilio, debe ser bueno con ese nombre”, decidió el intuitivo Narancio. Fue el mayor acierto de su gestión: Atilio Ceferino García es aún hoy el mayor artillero del Bolso con 464 goles.
Identificado del otro lado del Río de la Plata como Bigote o Junín, la ciudad bonaerense donde nació en 1914, García fue uno de 15 hermanos. Empezó en el local Mariano Moreno y con apenas 16 años debutó profesionalmente en Platense. Él y Alfredo Santiago Gáspari, un potente wing de Chacarita, fueron las únicas incorporaciones de Boca en 1937. El equipo, de andar inconstante, podía demoler rivales si se iluminaba: venció 5-1 a Gimnasia, 7-0 a Argentinos, 7-1 a Racing, 6-1 a Lanús (García metió tres), 7-3 a Quilmes (hizo dos) y 8-0 a Tigre (sumó uno). Líder anotador, como de costumbre, fue Varallo: en 22 partidos clavó 22 dianas, sinónimo de época para no repetir la palabra goles.
Atilio desembarcó en Montevideo a comienzos de 1938 y entusiasmó, más a los hinchas que al técnico, con un doblete en la noche del estreno. Su performance ofensiva no bastó para impedir una nueva consagración manya, pero habría revancha. Entre 1939 y 1943, Nacional dominó la escena, conquistó los cinco títulos y anudó un rosario de alegrías ante el clásico adversario, incluido un lapidario 6-0. García fue máximo goleador en siete torneos consecutivos y alcanzó la insuperable cifra de 35 tantos en el tradicional derbi. Fernando Morena, emblema carbonero, llegó a 27 (El Potrillo Morena, como sabemos, también vistió en 1984 la azul y oro, porque son todos de Boca…).
En algún amistoso o en las copas internacionales de aquellos años, como la Aldao, García enfrentó a su último club en Argentina. Y no se privó de alguna hazaña. Eduardo Galeano exagera una en El gol de Atilio. Los datos erróneos del cuento no invalidan su belleza: “Estaba acostumbrado a los hachazos. Le daban con todo, sus piernas eran un mapa de cicatrices”, lo describió.
Por un desliz reglamentario que a la actual Conmebol seguramente no se le escaparía, el gran ídolo llegó a jugar en las selecciones de Argentina y Uruguay. Una estatua y una tribuna del Parque Central lo recuerdan. Falleció en 1973, a los 59 años. A un siglo de su nacimiento, en 2014, Nacional y Boca disputaron en el Estadio Centenario la Copa Atilio García (1-0, Jonathan Calleri a los 92 minutos).
Guapo, encarador, capaz de definir de cualquier manera, Atilio podría haber sido una figura cumbre en Boca. Lo fue en otro tricampeón mundial. Tampoco es para reprocharle a Camilo Cichero. El hombre hipotecó su casa de calle Olavarría para ayudar a construir la Bombonera. Mirá si alguien le va a cuestionar la impaciencia con un jugador…
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