Durante esta semana, a raíz de las elecciones legislativas, fue motivo de controversia la distancia entre vencedores/vencidos y la legitimidad de algunas celebraciones. Evitaremos sumergirnos en aguas turbias. Solo diremos que se trata de asuntos familiares para la gente de Boca, casi temas permanentes de la agenda. Cuando el equipo gana, juega mal; cuando pierde, toca fondo. Un empate cuenta como derrota y todos los festejos, los de campeonatos, fechas en condición de puntero, vallas invictas, aniversarios, goleadas, victorias de la Reserva, Día del Hincha u otros récords, son objetados.
Dos horas antes del partido ante Sarmiento, mientras el equipo femenino avanzaba a una nueva final con un rotundo 3-0 sobre su clásico adversario, un cronista del canal Disney (fantasías animadas de ayer y de hoy) anunciaba que «Boca está presionado por el triunfo de Estudiantes». Supuestamente se refería a la utilidad de una victoria con miras a la clasificación para la Libertadores 2022. ¿Le dará valor ahora ese mismo muchacho al éxito frente a los juninenses o lo incluirá en la categoría de resultados insignificantes? Avisen.
Por fortuna, en una recomendable sesión de terapia grupal, alrededor de 50.000 personas se la pasaron cantando desde las seis de la tarde hasta las nueve de la noche. Ovacionaron a Izquierdoz cuando barrió en campo contrario y a Rojo después de que impidiera el 1-1, gritaron el undécimo gol de Fabra, aplaudieron la salida de Vázquez y la entrada de Salvio. Y se fueron felices, porque ese es el estado obligatorio -la cara sonriente, el ánimo alto- cada vez que gana Boca. Que por suerte, además, lo hace bastante seguido.
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